enero 16, 2019

La teta lo es todo, una confesión desde el corazón

Desde que quedé embarazada sabía que lo que más quería en el mundo -además de un parto natural- era lactar. Tomé cuanto curso había, leí todos los libros posibles (que por cierto, recomiendo mucho “El arte femenino de amamantar” de la Asociación de la Liga de la Leche) y me aseguré de tener a la mejor asesora de lactancia en mi casa al día siguiente de llegar de la clínica (Liliana Umaña, la pueden encontrar en Instagram como @lili_umana_lactancia).

El sueño del parto natural no lo tuve, pero sí he tenido la increíble bendición de poder lactar a mi bebé sin dolor y sin traumas, que es mucho más de lo que podía esperar. Ahora bien, Lili -mi asesora de lactancia- fue fundamental para poder llegar a esta simbiosis (que si alguien busca su significado en un diccionario es, “la asociación íntima de organismos de especies diferentes para beneficiarse mutuamente en su desarrollo vital”). Desde que pude corregir el agarre (¡clave!), Juan Antonio y yo nos hemos entendido a la maravilla en este baile.

Pero si hay algo que he aprendido de la lactancia es que es un baile supremamente personal, e íntimo. Cada mamá y cada bebé encuentran su propio ritmo, no hay una partitura que seguir. Tengo amigas que se extraen y dan siempre en tetero, otras que siempre usan cronómetro para asegurarse que está tomando lo mismo de cada una, otras que lo hacen a libre demanda, otras con horario, algunas usan pezoneras… ¡en fin! No hay límites en esta hermosa experiencia y no existe la manera incorrecta o correcta de hacerlo. Todas encontramos el ritmo perfecto que funciona para nosotras y para nuestro bebé.

Sin embargo, la lactancia me ha ayudado a aprender muchas cosas; de mí, de mi bebé y de la vida, y estas son algunas de ellas:

1. No tengo pudor.

Nunca me he identificado como una persona tímida. Desde chiquita fui la amiga “a la que retaban”. A la que no le daba pena preguntarle a un adulto que “qué era eso tan feo que tenía en la cara (un lunar)” o la que -en muchos casos- tomó las riendas a la hora de invitar a salir a un niño (bueno… a un “hombre”). Pensé que con la pucheca habría un límite… pero no.

Yo decidí darle a Juan Antonio lactancia a libre demanda, exclusiva y -en su gran mayoría- teta. Tetero solo le doy si yo no estoy.  Así que he tenido que darle casi que en cualquier situación que se les pueda ocurrir: en el carro (que me arrepiento, no celebro y no recomiendo), en restaurantes, salas de espera, casas de amigas, familiares, etc. Y no, no me da pena. Es más, ya tengo máster en posiciones para darle sin tener que mostrar nada… hasta que él se cansa, quita la cabeza y ahí está mi pucheca exhibida al mundo entero…

2. Soy más fuerte y flexible de lo que pensaba.

Si algo me ha enseñado la lactancia es que mi cuerpo -a demanda- alcanza una serie de posturas que una persona que lleva haciendo yoga hace años, no lo logra. Me he convertido en casi todos los números del 1 al 10 sin dolor y he encontrado la manera de apoyar mi brazo hasta en una bolsa de frutas.

3. Todavía hay mucho tabú alrededor de la lactancia.

Aún, con todo lo que hemos avanzado y con toda la información que tenemos sobre los innumerables beneficios que le podemos aportar a nuestros hijos a través de la leche materna, hay un enorme tabú alrededor de la lactancia. Desde hasta cuándo piensa uno darle hasta hacerlo en sitios públicos. Todo está mal visto.

La OMS y Asocación de Pediatría, entre muchas otras entidades, recomiendan la leche materna de manera exclusiva los primeros seis meses, y complementaria hasta los dos años. Pero eso acá es como decirle a alguien que salga con las tetas al aire. Es mal visto, criticado y señalado. ¿Hasta cuándo le voy a dar? Hasta que él quiera. ¿No deberías irte a un sitio más privado a darle?. No, no tengo ganas de quedarme encerrada dos horas mientras todo el mundo hace la visita o come aquí, pero muchas gracias por tu sugerencia.

4. La teta lo es todo.

Tanto, que vale repetirlo una vez más: la teta lo es todo. La teta no solo cura el hambre, cura el sueño, la enfermedad, la tristeza, arrulla, quita el frío y el calor. La teta es la mejor amiga de mi bebé. Yo le digo a mi esposo todo el tiempo, que si Juan Antonio pudiera arrancarla, pegársela y llevarla a todos lados lo haría. Mi bebé no solo se pega porque tiene hambre, sino porque quiere que yo lo consienta, lo arrulle, o le cante. O porque le duele algo, tiene frío, sueño, calor. Y la teta todo lo cura, es así de todopoderosa y omnipotente.

Hay muchas personas que me dicen -incluyendo a mi pediatra, que no sobra decir, adoro con el alma- “que no te coja como chupo” y yo digo que claro que sí. Que si tiene frío, que si está triste, que si no se halla, pues la teta es la única conexión que le queda con ese cuerpo que fue su hogar durante 9 meses. Con ese ritmo, esos sonidos y ese olor que lo acogieron día a día mientras crecía. Que claro que me coja como chupo porque un bebé de 1 mes sigue siendo un bebé y no podemos esperar que sea “independiente” de la noche a la mañana.

Indudablemente la lactancia es un laberinto cuyos recovecos sigo aprendiendo a conocer, pero también es, para mí, la única forma de alimentar a mi bebé. Me ha enseñado a ser mamá, pero también, a apreciarme como mujer, a que no me importe que la gente mire o piense de cierta manera, porque yo sé que estoy haciendo lo que considero que es mejor para él.

Si no has descargado mi eBook, haz clic aquí. En él te comparto mi historia, todas las dietas, inyecciones y hasta pastillas que alcancé a tomar, pero sobre todo, te comparto las herramientas que me sirvieron (y sigo utilizando hoy) para romper el ciclo, liberar mi mente de toda esa culpa, y aprender a comer sano y feliz.

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