En mis 35 años de vida he intentado 35 dietas -o más- y ninguna me ha funcionado.
Cuando cumplí 13 años entendí que existía una diferencia entre ser gorda y ser flaca (mi raciocinio por supuesto era que la flaca siempre iba a ser más feliz), e intenté todo lo que podía por ser parte de ese otro mundo. Duré semanas comiendo solo sopa de cebolla, después días a punta de piña y atún (yo sé…), en algún momento intenté comer solo frutas, probé la dieta alta en proteína, baja en grasa, alta en grasa, baja en carbohidratos, etc. En fin, todo lo que escuchaba que alguien había intentado y le había funcionado, se convertía en mi siguiente meta. Estaba OBSESIONADA con las dietas, con ser flaca y con un número. Tenía el número 50 tatuado en mi cerebro. “Cuando pese 50 kilos finalmente seré feliz” …
Pero eso nunca pasó, ni llegué a pesar 50 (tal vez por momentos muy fugaces en mi vida y gracias a cerrar el pico durante días), ni era realmente feliz.
Lo único que me ha funcionado para adelgazar y mantener mi peso ha sido NO HACER DIETA. Así como lo oyen y les voy a decir por qué.
La motivación era la equivocada.
Yo empecé esta montaña rusa con la comida a los 13, y se dio así porque mi papá era supremamente duro conmigo y estaba más obsesionado con mi peso que yo (que eso es mucho decir). Así que mi motivación era ser flaca para satisfacerlo a él, con la promesa equivocada de que, al alcanzarlo sería finalmente feliz. Pero NUNCA vamos a alcanzar la felicidad si nuestra motivación es satisfacer a otra persona.
Cuando aprendí que la felicidad no es un destino sino un camino, con altos y bajos, y que no es estática sino dinámica, di el primer paso para cortar ese ciclo nocivo que tenía entre la comida y mis emociones.
La restricción es contraproducente
Esto es básico, tan básico como un tema de sumas y restas. Si yo te digo ahora que por favor dejes de leer, porque no debes ver el resto del artículo, ¿qué es lo primero que vas a hacer?, ¡Pues leer! Es una necesidad básica del ser humano (¡a ver, Adán y Eva por favor!) Si te dicen que no debes comer harinas, carbohidratos, grasa, dulce, etc., lo primero que vas a querer hacer es sentarte y comer TODO lo que te están prohibiendo… La prohibición o restricción produce el efecto contrario. Aprender a comer de manera sana se trata de estar en sintonía con tu cuerpo, aprender a sentirlo, escucharlo, etc. Comer motivada por el hambre o por las mismas señales que tu cuerpo te manda. Pero si comes simplemente porque “desde mañana ya no puedo comer esto” o “porque ya la embarré, entonces pues mejor me como todo esto…” estás cada vez más lejos de ese proceso de harmonía con tu organismo.
Es muy fácil tirar la toalla
Las dietas restrictivas son una bomba de tiempo. Cuando en vez de comer al margen de una dieta, comes bajo unos parámetros de equilibrio, salirte de vez en cuando de esas reglas es como aire fresco para el cuerpo y la mente.
Pero al vivir con tanta restricción lo que te va a generar es una sensación de culpa profunda, seguida de muchos golpes de pecho, repitiendo minuto a minuto por qué te comiste eso, cuántas calorías, gramos de carbohidratos, grasa o proteína (o la manera en que tú lleves la cuenta) tenía el plato, qué puedes hacer mañana para “volver a empezar” (tal vez saltarte el desayuno o el almuerzo)… y eventualmente, vas a tirar la toalla.
Es muy difícil mantenerlo en el tiempo
Por eso mismo, una dieta no es sostenible en el tiempo. Nos toma en promedio unos 21 días (3 semanas) en adquirir un hábito nuevo o dejar uno antiguo. Por eso las mejores “dietas” son las que toman años en lograr, en donde paso a paso vas reemplazando hábitos regulares o malos por alternativas más sanas. La clave está en los cambios pequeños, constantes y sostenibles en el tiempo. Nuestra sociedad hoy en día tiene un defecto enorme y es la falta de paciencia, buscamos resultados a la minuta y nos desesperamos cuando no los vemos, buscando otra dieta, otro proceso, otra alternativa que nos genere esa certeza sobre el éxito.
Bioindividualidad
Como les decía en un principio, yo intentaba todo lo que me decían que le había funcionad a alguien más. Y ese es el primer error. Lo que me funciona a mí no es necesariamente lo que te va a funcionar a ti. Por eso no soy amiga de las citas médicas en las que sales con una lista de alimentos que puedes comer y una con los que no.
No solo por los efectos que ya vimos sobre la restricción, sino porque somos personas distintas, con estilos de vida distintos. No tiene sentido que a mi papá que tiene 70 años y hace ejercicio todos los días, le den la misma dieta que a mí a mis 35 o a mi prima de 23. Tampoco es un tema de edad, sino de estilo de vida. Una persona activa necesita más calorías que una sedentaria. Una mujer que vive en trópico necesita una dieta muy distinta a una que vive en Toronto. Todos somos diferentes y por tanto, nuestras necesidades calóricas y de alimentación son completamente diferentes. Por eso es que esa dieta que le sirvió a tu amiga hace tantos años nunca te sirvió a ti.
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