Soy de las que llaman “control freak”. De las que anotan todo y buscan controlarlo todo. Me encantan las listas y las agendas -que además prefiero en físico y no en digital. Me enorgullezco de mi capacidad de organizar la cocina en menos de 15 minutos. Mi sistema de clasificación de libros siempre dio de qué hablar durante la Universidad, y hasta hace dos meses, tenía mi ropa guardada por categorías -tipo de uso- y colores. Un sistema cuya viabilidad se ha visto seriamente amenazada por una pulga de 55cm de largo y 4,5kg de peso. Todo un sistema que vengo perfeccionando desde hace 34 años para venir a darme cuenta que hoy en día no soy dueña de mi tiempo, que el único dueño-rey y emperador del mismo tiene la boca de mi esposo, la mirada más enamoradora del planeta y tres pelos de color castaño peinados sutilmente hacia la izquierda.
Me lo habían dicho. La maternidad es lo más espectacular que existe, pero es un laberinto. No hay manual, no hay guías, nada está escrito y cada bebé y mamá son un mundo aparte. Yo además, he tenido el reto de ser mamá 24 horas mientras emprendo este nuevo camino de montar mi propio negocio y estudiar. Todo al tiempo. Así que aquí les comparto algunas cosas que me ha tocado aprender con este nuevo estilo de vida.
1. Valoro mucho más el preciado “me-time”.
Esa sensación de llegar a la casa después de estar todo un día por fuera, hacer una siesta, leer un buen libro, ver una serie de Netflix… eso no existe. No es que un recién nacido necesite demasiado de ti, es que te necesita TODO EL TIEMPO. Sí, los bebés también duermen pero a veces hay que priorizar la higiene personal por la última temporada de la Casa de Papel.
Lo curioso es que esa misma limitación de tiempo ha hecho que valore mucho más el poco tiempo que tengo. Uno que otro día Juan Antonio duerme una larga siesta y yo logro retomar ese libro que lleva más de dos meses en mi mesa de noche, o logro volver a ponerme mi delantal y probar una receta nueva o escribir un nuevo artículo. No pierdo tiempo inmersa en las redes sociales… no pierdo tiempo y punto. Es demasiado preciado, y media hora libre al día es toda una ganancia.
2. Soy más creativa.
Al dejar de contar con ese tiempo de esparcimiento, relajación y demás, me he visto obligada a ser más creativa para lograr todo lo que quiero lograr. Por ejemplo, si quiero cocinar, me pongo a Juan Antonio en el foulard y mientras él duerme su siesta yo hago brownies o pruebo algo nuevo. Leo mientras le doy de comer, u oigo los podcasts de mi curso mientras damos un paseo en coche. Multitasking es mi vida.
3. No hay nada como el ahora.
Procastinar es un pecado de la humanidad, hay quienes lo hacen más que otros -sí-, pero todos tenemos esa manía de “dejar para luego lo que podemos hacer ahora”. Al dejar de ser dueña de mi tiempo me he visto obligada a aprovechar las pequeñas ventanas de libertad que tengo; una siesta, una visita. Ya no tengo tiempo de decir “más tarde lo hago”, ya sé que si se durmió, es ahora o nunca que puedo hacer la vuelta, cocinar, bañarme o trabajar. Ya no existe el “después” en mi vocabulario.
4. Se valen las “cosas a medias”.
Si hay algo que me caracteriza es que no dejo nada a medias. Si empiezo una tarea no puedo hacer otra hasta terminar la primera -que en muchas situaciones, sobre todo en lo laboral, es una gran virtud (aunque puede llegar a ser un arma de doble filo en otras). Pero me cuesta demasiado emprender una nueva actividad sin terminar la otra antes. Con Juan Antonio me ha tocado aceptar que las cosas quedan a medias y que eso está bien. Los días que no tengo ayuda en la casa, por ejemplo, la losa se lava a lo largo del día. Un vaso por hora, o cada par de horas. La cocina siempre está a medias-y eso está bien. Un artículo que antes escribía en una hora, ahora me puede tomar días; un párrafo por día (o días) para ser más exacta. Y el ejercicio ni hablar. El otro día tenía toda la intención de hacer elíptica, se durmió, lo acosté, me cambié, me subí a la máquina y a los 3 minutos oí el llanto y hasta ahí llegó mi sesión de ejercicio… las cosas a medias, así son las cosas ahora.
Y tengo que ser honesta, no es nada fácil. Es una lucha constante con mi “yo” de antes, con mi personalidad, con mi sistema. Ser mamá me ha enseñado -a regañadientes- a ser más flexible y a valorar el poco tiempo que tengo para mí como lo más preciado, sacándole el jugo por completo a cada cosa que hago y por lo tanto, obligándome a estar mucho más presente, más consciente y más “mindful” en cada cosa que hago. (FYI: este artículo me tomó 3 días en terminar… cest la vie).
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